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Casi todos/as hemos tenido un familiar payés/a

Sí, es bien sabido que venimos de un mundo en el que casi todas las familias vivían de la agricultura. Un mundo en el que las ciudades no eran demasiado grandes y los pueblos más abundantes.  

 

Fue con la industrialización y facilidad para poder acceder a los vehículos, lo que hizo pensar a las personas que podían conseguir una mejor vida en las ciudades, y muchas familias de los años 80/90 decidieron emigrar de los pueblos hacia las ciudades, buscando una mejor vida y pensando que aquello era lo mejor para las nuevas generaciones.  

 

Las otras familias que se quedaron en los pueblos enviaron a sus hijos a estudiar, también a las ciudades, para obtener una buena formación y así conseguir trabajos más cualificados, y la mayoría de éstos ya no regresaron. Estas familias, que desearon una vida mejor para sus hijos, tuvieron que realizar grandes esfuerzos para poder pagarlo, trabajando de sol a sol todos los días de la semana. De lunes a viernes, trabajaban en trabajos como asalariados y el fin de semana le dedicaban a cultivar los campos.  

 

Sí, ésta ya fue la primera generación que tuvo que buscar nuevas fuentes de ingresos, ya que no les era posible hacer frente a los gastos que suponía el acceso a la “mejor vida”. De todas formas, a pesar del esfuerzo que les suponía, los campos se mantenían cultivados.  

 

De modo que, durante los últimos cincuenta años, en los pueblos ha habido un flujo de salida continuo de personas y casi ninguno de entrada, lo que ha supuesto la despoblación de la mayoría de los pueblos de Cataluña y, por tanto, una bajada de los agricultores/as que trabajan los campos.  

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Junto a estos fenómenos, se suma la globalización. Inicialmente, parecía algo interesante en el que el intercambio de bienes a escala global, y reducción de las fronteras, permitía hacer crecer la economía mundial de forma global. Sin embargo, también ha supuesto que esta facilidad en el intercambio de cualquier producto haga bajar los precios de forma descontrolada de los frutos; llegando a precios de comercialización tan bajos que en la mayoría de los casos no sea viable salir adelante con el cultivo de los campos.  

 

Aunque se ve afectado cualquier tipo de cultivo, quien ha salido más perjudicado ha sido el cultivo de frutos secos (almendra y avellana) y los olivos; haciendo que no sea rentable de ninguna de las maneras trabajar las tierras y recoger los frutos de los árboles. Para que se hagan una pequeña idea, 1 kg de almendras en cáscara en los años 80 se pagaba a 800 de las antiguas pesetas (5 €) y el año pasado se pagó a 3 €.  

Según la base de datos del IDESCAT, de las 47.484 ha de cultivo de frutos secos de Cataluña más del 60 % se encuentra en la provincia de Tarragona; igual ocurre con el cultivo del olivo, que de las 104.646 debe cultivo que hay en toda la comunidad autónoma, 61.481 están ubicados en la misma provincia.  

Por tanto, nos encontramos con una realidad difícil para poder salir adelante con lo que era la vida agrícola en los pueblos, y en concreto de la zona de TTEE y el Camp de Tarragona ; por un lado, pocas personas viviendo que puedan dedicarse al campesinado y, por otro lado, quien quiere dedicarse a él, debe hacer esfuerzos “inmedibles” para poder salir adelante y vivir de la tierra y los campos.  

 

A raíz de la COVID vemos que es totalmente necesario disponer de los pueblos y que éstos estén bien cuidados; para poder salir de las ciudades a respirar aire puro y poder relajarnos . Pues bien, para que esto sea posible es necesario que haya agricultores que se dediquen a cultivar las tierras y, por tanto, habrá que apoyarles para que puedan salir adelante con esta gran tarea y que puedan vivir dignamente .

 

Además, si queremos garantizar el equilibrio de nuestro ecosistema, es imprescindible disponer de terrenos cultivados, ya que son el mejor cortarfuego natural.  

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